miércoles, 4 de mayo de 2011

Cosas que me gustan

Sentir mis sueños cumplirse, mi vida en plena realización.
Mirar hacia el infinito, luchar por lo querido.
 Soñar con lo no debido, entender lo inexplicable,
escuchar lo no dicho,
encontrar lo que nunca estuvo perdido.



Imagen: Fuerzas subterráneas - Diego Rivera

lunes, 2 de mayo de 2011

Que paradójico..

                Cuando somos niños tememos dormir solos, necesitamos de la ayuda de alguna luz, un peluche, una manta. Con el tiempo creemos que es hora de que el miedo se vaya, “la gente grande no teme” y de a poco aprendemos a acostumbrarnos. Nos acostumbramos a las sombras del cuarto, los silencios de la oscuridad, a las luces de afuera y a oír verdades en frases que solo gritan mentiras.
                Como dicen las malas lenguas, “tarde o temprano, todo vuelve”, incluyendo al temor. Nuevamente no podemos dormir sin algo que alivie nuestros pensamientos, que calme nuestro sueño. Bueno, seamos sinceros, quien dice “algo” dice “alguien”.
                 Sí, las cosas cambian mucho y otra vez nos aterra dormir solos, no sentir la compañía de un ser querido que proteja nuestros pensamientos, que evite el frío, que llene de abrazos nuestro cuerpo y de abismos la cama. Y comprendemos que no está mal el miedo.
                 Comprendemos que querer no es depender y sentir no implica sufrir. Que el sonido leve de una respiración, el suave soplido de un exhalar en nuestra espalda, puede hacernos cambiar de vereda y observar las cosas desde otra perspectiva, incluso aprender a amar cosas desconocidas y a temer a cosas que nunca antes habíamos pensado.
                  El temor está presente, pero la calma se basa en aceptar que no siempre estarán esos colores en la oscuridad, iluminando la habitación y dejando a oscuras el resto de la ciudad; aprender a convivir con las frases que llegan repletas de preguntas, dejando atrás todo tipo de afirmación y/o negación. Aceptar que los pensamientos no son sentimientos y que los sentimientos son mucho más que pensamientos.
                  Y ahí estamos nuevamente, tratando de dormir aferrando las mantas, cerrando con fuerza los ojos, repitiendo una y otra vez frases para llamar al sueño. Reemplazando aquel amuleto de la infancia por el recuerdo de la delicadeza con que dos cuerpos pueden transformarse en uno. Evadiendo las conversaciones que nos merecemos y necesitamos para ahuyentar el temor.

Imagen: Día después - Edvard Munch